Para A.C, entonces actor
Una columna puede ser la única ascensión posible al cielo. Y mucho más si detrás de esa columna me esperas tú. Oculto en la oscuridad. Fumando sin parar como de costumbre. Tu perfil serio y el humo a contraluz me anuncian la noche entre tus manos. A merced de tu boca. El pasillo entre los albergues está medio vacío a esta hora. Sobre nosotros muchos duermen, copulan, beben, ensayan, sueñan. Casi no nos vemos, somos dos sombras en la noche, invisibles, que se reconocen por el olor, por el tacto.
Llego y las colillas a tu alrededor me advierten de tu impaciencia. Tus brazos se abren para acogerme. Me besas como si fuera la última vez. Como si después de ese beso se acabara el mundo. Tus labios apretados contra los míos. Tu lengua curiosa recorriendo cada rincón bucal. Tus dientes mordiendo desesperados como si fuera tu última presa, la única. Porque siempre me amas como si fuera la última vez. Tus brazos me aprietan y nunca sé si es por protección o por miedo a que me escape. Me acurruco entre ellos, frágil, indefensa. Te encantan mis tetas, las de entonces, las descomunales antes de la cirugía. Redondas, enormes, con grandes pezones rosados. Te encanta morderlas. Sumergirte de cabeza en ellas hasta la asfixia. Con la boca llena. Comiéndolas sin control. Comiendo mucho más de lo que tu boca puede masticar. Te encantan mis tetas y no paras de tocarlas, de chuparlas, de morderlas, como si fuera el único objeto de placer que existe en ese instante en el Universo. Te encantan mis tetas y yo no paro de moverme-friccionar mi clítoris tras dos capas de tela, contra tu pinga tras dos capas de tela también. Los ojos al cielo, la cabeza hacia atrás y tú atragantado con mis tetas. Sin detenerte, sin fin. Mis manos te aflojan la tira del pantalón de ensayos y se cuelan ansiosas buscando. Unas figuras calladas cruzan por el descampado hacia las Cúpulas, pero nosotros seguimos amparados en el camuflaje de la noche, de la columna. Mis manos logran romper el cerco de las dos capas de tela, del calzoncillos y apresan tu pinga. El manoseo se hace inminente y sé muy bien lo que te gusta, los puntos exactos para enloquecerte. Una mano, mi mano, desde tu glande hasta tus testículos, y con la otra mano me toco a pesar de mis dos capas de tela. Tus manos ocupadas siguen en mis tetas hasta que logro con mis manos tocándote los puntos exactos, romper la fascinación de tus manos-boca-lengua-dientes con mis tetas. De castigo recibo una mordida en mi labio inferior, pero no importa. Tu pantalón pierde el equilibrio y cae sin sentido. Mi sayona logra por obra y gracia de algún fenómeno físico, permanecer alzada en mi cintura. Mis movimientos manuales se vuelven frenéticos y tú pierdes el control. Vuelves a castigarme mordiéndome los labios con salvaje tiranía. Me aprietas fuerte la mano dentro de tu calzoncillos, forzándola a detenerse. En este punto soy una caldera de vapor al máximo, a punto de explotar, y lo sabes. Porque sabes leer cada gemido mío en la oscuridad, cada gesto, cada contracción. Experto, cuando me tienes al borde de la columna, allá en lo alto y a punto de lanzarme al abismo, me la metes de pronto sin piedad. De una sola estocada profunda, clavada completamente sin misericordia. Y torturador sádico de mis deseos, logras que explote mi orgasmo casi sin moverte, sobre tu glande hinchado, hambriento, a punto de reventar. Mis espasmos, mi grito ahogado para no ser descubiertos por las figuras deambulantes, exprimen tu semen de una sola ordeñada, y nos venimos juntos, de cara al cielo. Ese cielo limpio que tenemos entre los albergues y las Cúpulas, desde la columna, único testigo de nuestra cita. Conectados, encharcados, sin fuerzas para despegarnos, escuchamos el ruido de nuestros fluidos al menor movimiento. Nuestros fluidos que furtivamente resbalan por nuestros pliegues interiores, buscando la salida hacia la noche.
Todo es
perfecto. Todo menos, extraño Lobo Estepario, que en un brusco movimiento me
empujas lejos de ti. Me destierras del placer, maldices en voz baja,
abiertamente, este deseo que te quema, este amor que te encadena a mis tetas, noche
tras noche, detrás de esta columna, sobre cualquier muro de la Escuela, en tu
litera, en las gradas del teatro del Castillo de Hamlet, en cualquier rincón de
ladrillos rojos donde nos atrape la noche. Me maldices, me reniegas. Enciendes
un cigarro que chupas furioso, y en un acto de negación total, te quemas a
propósito la palma de la mano. Apretando furioso la colilla encendida contra tu
piel. “Recordaré el dolor de esta quemadura cuando no estés, cuando me faltes,
cuando te vayas, puta.” Me dices entre dientes y sé que te brillan los ojos de
ira. “No me iré, siempre estaré contigo.” Susurro. “¡Cállate! Recordaré el
dolor de esta quemadura, en vez del placer de tu cuerpo”. Repites y sé que
tienes los labios apretados de cólera. Te miro asustada, con la certeza de la
locura habitando entre tus huesos. ¿Pero quién no está loco entre estos
ladrillos rojos? ¿Quién no está loco en esta Escuela repleta de notas musicales
repetidas, de trazos multicolores inconclusos, de movimientos danzarios hechos
una y otra vez, de versos trágicos de Shakespeare, de arcilla maloliente
apresada en tanques de metal? ¿Quién? “¡Vete!” Me gritas. “¡No quiero amarte!
Porque si no te amo, nunca te tuve, y si nunca te tuve, nunca te perderé.
¡Vete!” Gritas fuera de control, y algunas figuras oscuras apresuran el paso
entre las sombras del pasillo. “¡Vete!” Y sollozas como un niño abandonado. Como
un loco perdido. ¿Pero quién no está loco hasta el punto de creerse su propio
personaje entre estas paredes de ladrillos rojos? “¡Vete!” Y sollozas,
sollozas, y me voy. Con mi sayona estrujada, mis muslos goteando, mis tetas
descomunales, y los ojos secos de lágrimas de incomprensión.
En un último
gesto de debilidad, antes de regresarnos a nuestras casas de vacaciones, vuelvo
a tu litera. Adivino que llevas rato con la vista perdida, fumando sin parar y
sin comer. Te beso buscando tu deseo. Te toco, te zafo la tira del pantalón de
ensayos y rompo el cerco del calzoncillos. Tu pinga instintivamente se para con
mi roce. Cierras los ojos y gimes. Cierras los ojos y te entregas a las ganas
de manosear mis tetas. De pronto, abres los ojos y me aprietas las manos. Una
vez más me detienes. Con los labios apretados y los ojos brillando de furia, me
enseñas tu antebrazo quemado con las colillas de cigarro. “¡Vete!” Gritas
ahogado. “Sólo recordaré el dolor de estas quemaduras y no el deseo loco que
tengo por ti porque el deseo es efímero, el amor es efímero, pero mi dolor será
eterno.” Y no sé si citas algún bocadillo o lo sientes. “¡Vete!” Me gritas con
todo el oxígeno de tus pulmones. Y me voy, Lobo Estepario, me voy para siempre.
Me voy por más de 20 años. Me caso, me divorcio, tengo una hija, vivo exiliada
en una ciudad tropical. Me voy por más de 20 años lejos de ti, de tus
quemaduras de cigarro que prefieres al deseo loco, inmenso, que sentías por mí.
Me voy por más de 20 años hasta que ahora descubro, después de celebrar
silenciosamente cada año tu cumpleaños el 9 de Febrero, descubro que nunca
recordaste el dolor de las quemaduras y que siempre, siempre, tuviste el deseo
loco, inmenso que sentías por mí. Porque tu dolor fue efímero, hasta el punto
que no lo recuerdas, y tu deseo quedó latente. Pero ya estamos mas viejos y
menos locos, tenemos muchas ataduras, vidas en hemisferios diferentes, y no
tenemos el cielo entre los albergues y las Cúpulas. Tampoco la columna, aquella
que pudo ser nuestra única ascensión posible al cielo, mi Lobo Estepario. Nuestro
único camino de vencer al dolor y mantener el deseo, el amor, mi único y
doloroso Lobo Estepario. Ya no la tenemos… y gracias a Dios, el dolor aquel,
siempre fue efímero, y el deseo… el deseo… latente.
Del libro Exorcismo Final (Editorial Bokeh, 2014)
Del libro Exorcismo Final (Editorial Bokeh, 2014)
No voy a seguir leyendo estas eroticidades heterosexuales tuyas, porque me dan ganas de buscar un tipo y ya tengo demasiados traumas para caer en ese despues de vieja y con tanto curriculum del otro lado. Ya sabia que eras puta, pero ahora lo constato. Estuve detras de la columna, asi que ya sabes....ja, ja, ja.
ResponderEliminarmidiala
.Narah ...viaje con tus palabras..vivi tus 20 años de ausencias...gracias por desnudarte ...gracias por regalarme tanta intensidad y pasion...Mario Muñoz
ResponderEliminarBueno, bueno. Tu estilo es brutal y directo, basado en acción, olores, texturas, sabores... más que en memoria o evocación. Me atrevo a decir aunque suene raro ( a pesar de que son historias contadas como si ocurrienran en el pasado) que tu escribes en el presente y es ok, porque nos metes (a los lectores digo) en el medio de la acción (o detrás de la columna, como dijo alguien por ahí).Besos
ResponderEliminar