Fuiste el primero que vi al bajarme del
carro. Solo, vigilante y barbudo, en el portal de N**. Miradas cruzadas. Entré
como un tornado, dueña de todo, como suelo entrar a todos lados, y sé que tus
ojos siguieron mis nalgas de la misma manera que escrutaron mis tetas cuando
caminé hacia ti, hacia ustedes porque ya eran un grupo en el portal. Después de
las presentaciones tardías, intentaste no despegarte de mí bajo cualquier
pretexto. Atento, conversador por momentos, sonriente y mirándome, mirándome
como si fuera lo único que valiera en ese preciso instante. Mirándome de la
misma manera inquisitiva y curiosa como me miraste cuando desnudo de un tirón,
empezaste a besarme con tu barba recién afeitada. “Lo que hace un hombre por
tener a una mujer.” Pensé mientras miraba tu barba recién afeitada después que
declarara públicamente que era alérgica al pelo de los animales y que no me
gustaban las barbas, estaban old fashion. Te afeitaste y te desnudaste de un
tirón sobre mi cama con una cerveza en la mano. Ansioso por besarme, por
tocarme, por penetrarme y saciar tu insaciabilidad, como llamas a ese gusto
perenne por sexo.
La tarde avanzaba, aquella tarde de tertulia
en el Ranchito, frente al árbol milagroso y después frente al lago, a donde
fuimos a expurgar nuestras malas vibraciones con el viento del sur que entraba
a ráfagas rápidas y anunciaba la inminencia del huracán. Hasta ese momento todo
fueron miradas y roces casuales en la cocina, en la terraza, en cualquier
rincón donde coincidieran nuestras anatomías. ¿Coincidencias? Pensemos que sí.
Hasta ese momento todo fue leve, pero regresamos restaurados del lago y la
noche caía como el telón de D**, caía aprisa mientras se agotaban las
cervezas, por lo menos las de mi gusto, y el cigarro mal enrollado pasaba de mano
en mano, de boca en boca. La noche caía y tu deseo crecía sin control. Una
banqueta baja, mi culo provocando y tú detrás de mi intentando acariciarme a
escondidas. “¡Hummm!” Te regañaba cada vez que tu mano descaradamente, apretaba
mi muslo, mi cintura, mi nalga. “¡Hummm!” Y te reías como un chiquillo travieso
que sigue esperando la próxima oportunidad para repetir su jugarreta. La noche
caía y tu deseo crecía. Luego vinieron en voz alta y para todos, tus
poemas-canciones eróticos. “Cochinos”. Aseguraba N** y me reía porque acto
seguido afirmaba que eras un cochino como yo. Tus poemas leídos-cantados con el
apoyo en coro y percusión sobre silla de tu socio F** pintor. Tus
poemas-canciones eróticos narrando templetas inmediatas o lejanas pero que
invariablemente te llevaban a mi cuando en cada verso me mirabas de soslayo.
Mirabas de soslayo mis tetas. La noche caía y seguías mirando mis tetas. La
noche caía y tu deseo crecía. El mismo que hizo encerrarte a textear conmigo
sin parar cuando como Cenicienta, me monté en mi carro y me desaparecí en la
oscuridad del monte aquel después de medianoche.
Amaneciste texteándome, ansioso de sentirme.
Todo el día texteándome. Contándome que hacían en el Ranchito, camino a la
playa, está lloviendo, hice lentejas para todos. Seguiste texteándome hasta la
noche. Precisabas verme, saber si eran ciertas las referencias que tenias de
mí. Esas que hablaban de “cochinadas” como tus poemas y mis crónicas
personales. Ese día pasaba cerca el huracán, a unas millas cerca, pero las suficientes
para que se inundara el pueblo, lloviera torrencialmente y el fuerte viento del
sur mantuviera desquiciados a los locos. La noche caía con el huracán cerca y
me avisaste que irías a verme, pero como me avisaste de tanto, ya no te creía.
Viniste. “Estoy afuera, esperando instrucciones.” ¿Cómo no recibir a un hombre
recién afeitado que viene de madrugada bajo aguacero torrencial y fuerte
viento, con el mundo acabándose allá afuera? Te abrí la puerta y te desnudaste
de un tirón sobre mi cama con una cerveza en la mano. Ansioso por besarme, por
tocarme, por penetrarme y saciar tu insaciabilidad, como llamas a ese gusto
perenne por sexo. Te abrí la puerta y te colaste tras tu mirada inquisitiva y
curiosa que era el inicio de tus manos. De tus manos que todo lo tocaban.
Apretaditos. Desnudos. Tu barba recién
afeitada me hacia arder todo, y lo digo literalmente, mientras maldecías el
condón que te distraía y no te hacia sentirme al 100%. Maldecías. Yo me reía de
la repetición del mito de macho cubano. Pero tú seguías maldiciendo por el
condón que te distraía. Apretaditos, besándonos sin parar, infinitamente,
penetrados, tu lengua, mi lengua, batallando por las posiciones porque desnudos
somos dominantes y posesivos. Batallando las posiciones. Woman on top. Man on
top. Batallando apretaditos. Y tu pinga friccionando algún punto por allá
dentro, que a esta altura me da lo mismo como se llame pero que hacia
desbordarme en orgasmos, mientras me mirabas “hacer caras, gestos”, como
dijiste. Apretaditos. Toda la madrugada bajo aguacero torrencial y fuerte
viento, con el mundo acabándose allá afuera. Apretaditos. “¡Hummm!” Y ahora
pensándote el orgasmo se funde en mi mano-agua-caliente-sacando-tu-olor,
mientras te veo mirándome con tus ojos inquisitivos y curiosos. Apretaditos. Te
veo tras el chorro caliente de mi ducha que saca tu olor de mi cuerpo.
Apretaditos. “¡Hummm!”
Del libro Exorcismo Final (Editorial Bokeh, 2014)
Del libro Exorcismo Final (Editorial Bokeh, 2014)