Era la
segunda Heineken que me tomaba cuando te vi salir de la piscina. Mojado, con
las goticas clorificadas resbalando por tu espalda, brillando sobre tu tatuaje.
Por poco no vengo al cumpleaños de mi amiga, estuve así de cerca de no venir,
pero ahora mirando tu cuerpo musculoso y mojado, con esos shorts enormes para
la playa que permiten imaginar cualquier monstruo o bicho por allá abajo,
respiré profundo y pensé que quizás valió la pena venir. Te volteaste, vi tus
otros dos tatuajes y supe que irremediablemente tenía que probar con mi lengua
la tinta de esos dibujos sobre tu piel. Salivaba. Involuntariamente me mordí el
labio inferior mientras miraba fijo tu abdomen plano, perfectamente plano.
Calculé tu edad: ¿18, 19? “¡Yemayá que sean 21 para no entrar en ilegalidades
innecesarias!” Imploré. Tragué de un tirón el último sorbo de mi Heineken y
saqué mi cámara. Me gusta atesorar imágenes que después puedan aplacar los
recuerdos en mi vagina. Te fotografié de espaldas, mojado, con tu mohawk
intacto por obra y gracia de algún gel para pelo. Le pregunté curiosa por ti a
mi amiga cumpleañera. “Es un compañero de trabajo de mi nuevo amigo. (Pausa)
Vino solo. ¿Quieres que te lo presente?” Definitivamente nosotras las mujeres
tenemos ese sentido para olfatear la llamada del sexo. Mi amiga diligente,
enseguida hizo una presentación muy casual: “ven para presentarte a mi amiga
que quiere conocerte”. Y te trajo, mojadito y brindándome una cerveza. Yo te
observaba imperturbable porque durante años aprendí a calcular a los hombres
con una máscara china sin sentimientos, como me enseñó mi maestro de
Negociaciones. Hablamos de tatuajes, de piercings cuando descubrí que tenías
uno en la lengua. Hummmm pensé, hora de atacar porque el tiempo pasa y tengo
que irme temprano a otro compromiso. “Nunca he estado con un hombre con un
piercing en la lengua” Te dije mientras tragaba mi sorbo de Heineken saboreando
la boca de la botella sin importarme las semejanzas ni las puras coincidencias.
Ya había llegado al punto de ebullición donde no se necesitan advertencias
sobre posibles contenidos adultos. Te reíste descaradamente y me encantaba que
fueras cubano, así las insinuaciones no tenían que ser explicadas
constantemente. “¿Qué edad tienes?” Me preguntaste. Te miré fijo a los ojos y
te dije bajito: “la suficiente para ser tu madre, pero tranquilo que no lo
soy”. Y volviste a reírte descaradamente. Yo miraba tus labios mojados por la
cerveza, veía como tragabas, como saboreabas el sabor amargo de la levadura en
tu lengua, como te corrían las goticas de agua por tu abdomen perfectamente
plano y sentía que estaba abandonada sobre el cráter de un volcán activo en
pleno sábado de Julio. Sudaba por todas partes, por las descubiertas y las
escondidas, las más profundas. Sudaba imaginando tu cuerpo bajo mí, woman on
top de puro vicio. “¡Ay Yemayá bendita que estos cuerpos debieran estar
encerrados para que no vayan por ahí provocando a las madres solteras de salud
frágil como la mía!” Y recordaba que la Tania mi madre, nunca tenía mas razón
que cuando exclamaba: “juventud, divino tesoro”. Sudaba y te imaginaba desnudo
dándome pinga, porque yo sabía de primera mano que los muchachos de 21 años les
encantan dar pinga, dar pinga, dar pinga, como maltratadores. Y sudaba
imaginándote con esa pinga joven, repleto de sangre, vaciándote el cerebro de
oxígeno. Y sudaba.
Tenía que
irme. Ya habíamos cantado el “happy birthday”, ya tenía varias cervezas en
sangre y por delante un compromiso no cancelable. “¡Ay Yemayá tú haces cada
cosa!” Suspiraba. Tenía que irme. Miré la hora. Tenía que irme hace una hora y
media, y seguía pegada como con “creisi glú” a aquella silla plástica, mirando
tus labios mojados hablar de cualquier trivialidad, tomando cerveza con la
botella alzada, la cara alzada al cielo y la boca abierta. ¡Diooooo tu boca
abierta! Como para besarte desordenadamente, sin control, morderte esos labios,
masticarte esa boca, chuparte esa lengua, meterte la mía hasta la garganta y
tomarme tu saliva como una perra sedienta en el desierto. Tenía que irme. Me
levanté de aquella silla remaldiciendo los compromisos, los amigos que me
esperaban, la noche perdida lejos de tu cuerpo mojado, de tu abdomen
perfectamente plano, de tu boca abierta tragando cerveza. Pero tenia que irme.
Fui corriendo hasta mi carro, busqué una tarjeta y regresé a besarte de
despedida en la puerta. “Aquí tienes mi celular, llámame.” Te dije y te reíste
descaradamente.
Había
roto mi propio record en velocidad: salir de la fiesta, manejar apurada 10
millas hasta la casa, bañarme, maquillarme, entaconarme, montarme en el carro y
manejar 20 millas más hasta la galería, todo en 45 minutos. Llegué con el pelo
mojado de la ducha, aturdida y saludando a los amigos que esa noche había
demasiados. Conversaba con todos, me reía, hacía fotos, tomaba mucha agua
porque la Heineken ya estaba haciendo sus estragos y sólo pensaba en tu cuerpo
desnudo y mojado, tus tres tatuajes y el piercing en tu lengua. Te tenía
clavado en mi cabeza, haciendo gestos lascivos para que besara tu boca abierta,
reventándome la lujuria en números infinitos. Y la intranquilidad de tenerte
desnudo en mi cabeza, me tenía de un lado a otro de la galería. Un amigo, ex
amante, me acosaba, quería un reencuentro a oscuras y encendidos, y yo me
desprendía protocolarmente de sus ansias. Otro llegaba y me presentaba unas
personas de las que no recuerdo ni su nombre, aunque conversamos por un buen
rato. Aquel se metía conmigo lanzándome piropos y la mujer del pintor le hacía
bromas a costa de su deseo por poseerme. Creábamos juegos de palabras con el
chorizo en salsa cortado en rodajas o entero. Risas escandalosas. La sangría de
frutas repletas de alcohol hacía lo suyo entre los visitantes. Una foto
largamente esperada porque el fotógrafo improvisado no sabia donde meter el
dedo y nos tuvo buen rato de pie, inmóviles, mirando al lente como idiotas.
Unos amigos sin años de vernos. Recuerdos, preguntas, actualizaciones. Afuera
una cantante entonaba canciones diversas, una tras otra. La gente camina de
galería en galería, y yo seguía con mi
intranquilidad que me tenia sin poder concentrarme, porque tú seguías ahí, clavado
en mi cabeza, desnudo, con tu abdomen perfectamente plano, tus tres tatuajes y
tu piercing en la lengua.
Hora de
cerrar. Mi ex amante insiste en ir a una sala de teatro cercana donde
anunciaron una descarga de poesía, canciones y tertulia. Me dejo arrastrar en
una aventura que no me apetece con tal de no pensar en tu boca abierta, mojada
por la cerveza, tragando sorbos grandes y tus labios moviéndose bajo mis ojos
hipnotizados. Teatro vacío, cerrado, todo terminó. Breve tertulia en el parqueo
con unos queridísimos amigos que nos siguieron con la esperanza de continuar la
noche con nosotros. Y yo no logro vestirte, ni siquiera secarte, y ya temo te
me enfermes si sigues así clavado en mi cabeza con esta humedad que presagia un
fresco sereno, como decía mi abuela. Mi lengua está seca de tanto que he lamido
tus tatuajes, uno a uno, los tres a la vez, con tu piercing en mi boca, en mi
clítoris, en mi boca, en mi clítoris. Mi lengua está seca y no logro sacarte de
mi cabeza, maldito muchacho de 21 años con tres tatuajes y un piercing en la
lengua.
Dejo a mi
ex amante de regreso en su carro. Antes de bajarse hace un último intento por
convencerme que la noche será más animada a su lado. Me besa con deseo y yo
respondo a medias. Protesta: “¿Por qué eres tan mala conmigo, tan fría?” Lo
tranquilizo prometiéndole futuros encuentros, muchos más pasionales. Se despide
y arranco a toda velocidad. Expressway arriba y el aire de la noche me alivia
la calentura. Un poco. De pronto te veo nuevamente debajo de mí, desnudo y
mojado. Eric Clapton no
coopera con su guitarra: “I say, my darling you were wonderful tonight…” Llamo a
mi amiga cumpleañera: “¿Cómo terminó todo?” “No ha terminado.” Afirma. “Aquí
estamos todavía en la piscina, tomando cervezas y bailando belly dance. (Pausa)
Y está todavía el muchachito que te gustó.” No lo pienso. “¡Pues para allá
voy!” Le digo. Otra vez rompo record de velocidad y entro al parqueo de su casa
chillando gomas. Aquello era un cuadro del viejo Chagall. Todos en ropa de
playa, mojados, semiborrachos, una muchacha vestida de bailarina de belly dance
bailando, tú mareado sobre un enorme salvavidas en el centro de la piscina, yo
en tacones que retaban la gravedad, maquillada y ansiosa. “¡Ay Yemayá!” Cerveza
va y viene. Conversaciones banales. Logras recuperarte. Ya es tarde y empiezan
las despedidas. Disimulo, me hago la atrasada y te atrapo. “¡Sígueme!” Ordeno
montándome en mi carro. Calles oscuras, vueltas sin control, un parqueo vacío.
Tú en mi carro, mojado, medio desnudo, asiento posterior y finalmente, sé lo
que es tener tu piercing en la lengua dándole sin parar a mi clítoris. Sin
parar hasta hacerme daño porque definitivamente un experimentado de 40 años
sabría usarlo con más arte, pero igual no conozco a uno de 40 con piercing en la
lengua. Así que recuerdo a mi madre que dice que a un gustazo, un trancazo. Y
ahí te tengo, gustazo de 21 años, con tres tatuajes y un piercing en la lengua.
Ahí te tengo, finalmente bajo mí, woman on top de puro vicio. Recostado sobre
el asiento posterior de mi carro, con mi clítoris dañado, con tu pinga clavada
en mi vagina a punto de afectarme el cuello uterino, tu lengua descontrolada en
mi boca y mi cintura logrando romper la incomodidad del espacio diminuto con
mas movimientos que los permitidos por la edad. ¡Aquí te tengo! ¿Y quien dijo
que 21 años son nada? Quien lo dijo no te tuvo desnudo y mojado, con tu abdomen
perfectamente plano, tus tres tatuajes y tu piercing en la lengua, a la 1 de la
mañana, una noche de un sábado demasiado ocupado, reventándose en un orgasmo
sobre ti. ¡Ay Yemayá bendita! Y duermo finalmente esa noche, sin tenerte
clavado en mi cabeza, con una rodilla raspada por ser woman on top de puro
vicio, con cremita en mi clítoris y con una sonrisa que no se me borra ni en
sueños.
Del libro Exorcismo Final (Editorial Bokeh, 2014)
Del libro Exorcismo Final (Editorial Bokeh, 2014)
Eres increible!Y lo mejor es que es verdad!
ResponderEliminarQue eres autentica,que no te las inventas!
Recontrareconfirmo que el espiritu de Anais Nin ha reencarnado en este nuevo avatar llamado Yovana...con nuevas divinidades y talentos,pero siempre ayudando a los amigos y viviendo intensamente.
Gracias Narah por tu comentario!! jajajajajajaja pero recuerda que en mis vidas anteriores debí ser hombres mujeriegos, me lo sospecho!!!... Gracias y que todas las bendiciones de Madre Agua te bañen, te lo mereces!!!
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