En ese
sentido, este libro se parece a Baubo, esa diosa grotesca y graciosa de la mitología griega, con pezones
por ojos y vagina por boca. Deméter la encuentra en medio de su triste
peregrinar y, gracias a ese encuentro, es capaz de reír un rato. Los Misterios
Eleusinos -el ritual iniciático más importante de la Antigüedad pagana y que
repetía ese peregrinar de la diosa- son impensables sin Baubo, un personaje
conectado con Dionisio, con lo carnavalesco; con un dios que enloquece y
despedaza. Porque lo erótico y lo obsceno son también pérdida de las fronteras
del yo, de la coherencia; un acto de amor balbuceante donde el no ser está a la
orden del día.
Lo obsceno
es pagano, una forma de supervivencia del cuerpo y su saber, que nos avisa de
placeres y peligros. En Exorcismo final el saber animal, el saber de la
hembra, nos obliga a llamar a las cosas por su nombre, a enfrentarlas de la
misma manera en que se enfrentan el dolor o el hambre. Lo vulgar no es aquí
chusmería ni depauperación de la lengua, sino simple y llana sinceridad. Es
imposible que un exorcismo se haga sin eso, sin todos los demonios que van
saliendo de nuestro cuerpo y nuestra boca.
Y, tras lo
obsceno, todos los bemoles de la melancolía. Un hembra que es, ante todo, un
ser huamano. Un libro que, más que un anecdotario, es una memoria de amores
temporales, intemporales, atemporales y regresa -a través de la nostalgia- a
todos los lugares donde se cometieron crímenes. Escribiéndolos se libera, se
exorciza de ellos. Uno donde la ternura, la compasión, el miedo, la risa, el
llanto, las despedidas y los encuentros pesan más que la evidencia de los cuerpos.
Donde pesan, a ratos, una masculinidad
invasiva u otra capaz de amar, de esperar y tejer desde la paciencia. Donde se
revelan los sinsabores y vericuetos de una realidad y una ciudad donde el sexo
es también una forma de sobrevivencia y escape.
Un libro
que, en contra de todas las promesas -me dijeron que era pornográfico- es un
inventario dulce y profundo de todas las veces en que amar fue tabla o
naufragio. No hay nada de escandaloso en él, uno está muy viejo y ha bajado
demasiadas veces al infierno como para escandalizarse ésto. Es hora de
reconocer que hace mucho que las mujeres dejamos de bordar sentadas al borde de
la ventana. Si acaso, el único escándalo posible es el que genera encontrar a
una autora/personaje que se atreve a hablar sin tapujos de todo lo que implica
existir. Abierta, se deja penetrar por la realidad pero también la besa, la
escupe, la muerde, la rechaza, la seduce, se le monta encima. Alejandro Castro,
poeta venezolano, me decía siempre que a cierta literatura femenina se le podía
oler el blumer. A Exorcismo final no sólo se lo olemos. Nos lo ponemos y
seguimos andando.
Kelly Martínez, Miami, julio del 2015
(Presentación Exorcismo Final en el Festival VISTA, en Miami, 2 de agosto de 2015)
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