Confieso que llevo tres días metiéndole cabeza al asunto,
leyendo noticias, columnas de opinión, post
de amigos y conocidos, comparando estadísticas, encuestas, e intentando
descifrar todas las señales y, sobre todo, repasando a mi gurús Bauman y
Agamben.
Soy Generación X, aunque en Cubita, mi país natal, me
tilden de Generación Y por la inicial de mi nombre, pero realmente soy Generación
X, la generación que actualmente tiene entre 39 y 49 años. Los Gen Y son los
que vienen detrás de mí, los que en estas elecciones presidenciales se llevaron
el protagónico, porque podía y no lo hicieron, y ahora inconformes, se tiraron
a la calle a protestar. Y hablo de la Generación Y, o como la prensa los llama:
los Millennials.
Desde el 2012, repito una palabra: reinventarse, y como
buena Generación X, pongo de ejemplo a Madonna, para mí, la reina del reinventarse
y seguir en la preferencia. En el 2012 y por varias circunstancias personales,
entendí el concepto y miré mi vida en retrospectiva: si no me hubiera
reinventado, no hubiera sobrevivido una Cuba con Período Especial y un exilio
en un país ajeno, sola y diferente. Por tanto, el concepto fue la epifanía:
reinventarse, porque la supervivencia consiste en reinventarse continuamente, adaptarse
a los cambios y moldearlos a ti, tal como dijera el abuelo Darwin: «la
supervivencia del más apto». Y así iba, creyendo que lo lograba, caminando
feliz entre el mundo analógico de donde vengo y el mundo digital que se impone
desde que inició la llamada Revolución Tecnológica. Incluso, hasta uso los dos términos, analógico
y digital, para etiquetar pensamiento. Así iba, creyendo, ilusa, que
funcionaba.
Pero los Millennials, en estas elecciones presidenciales,
me hicieron sentir completamente irreal y hasta analógica veterana. De pronto,
me vi como una mezcla entre avatar y persona de carne y hueso, que se pierde en
una secondlife donde la Mujer
Maravilla es embajadora de la ONU para enseñar a niñas, reales, a defenderse de
la violencia de género; donde se crean revoluciones chulas y peticiones de campañas
virtuales a las que me uno, creyendo que realmente cambiarán algo; rodeada de desconocidos
virtuales con nombres y fotos de perfiles graciosos, entre hashtag
multitudinarios que abruman, para despertar después en la vida real, con estadísticas
reales y dolorosas que confirman que todo sigue igual, y a veces peor, si nos
guiamos por los noticieros.
Los Millennials, según han ido revelando los números, dieron la mayoría de
su voto a la Clinton, un 8% votó por la opción alternativa y los demás, muchos,
no votaron, se quedaron quizá en Starbucks, metidos en sus virtuales zonas de
confort. Los que saben, dicen que es lo lógico y siguen tan anchos, pero yo me
escandalizo y descoloco, porque se me despinta la analógica. Primero, me
encantan las alternativas, mucho más porque me saturé de ¡patria o muerte!,
dentro o nada, revolucionario-contrarrevolucionario, esas dos opciones que nos imponen
allá en Cubita. Pero reconozco que las opciones políticas y sociales funcionan,
si viviéramos en sociedades reales de alternativas. A pesar de insistir que tenemos
alternativas, vivimos en un sistema, casi absoluto, de dos opciones: republicano-demócrata,
donde las opciones como votar liberal o no votar, no pasan más allá de opciones
en boleta. En la realidad, votar liberal o no votar, lo único que hace es
favorecer a un candidato de las opciones establecidas y en algunos casos, como
ahora, fortalecer al candidato que no querían los Millennials, y que creen que
ahora lo resolverán, tirándose a las calles en protestas. Pero desgraciadamente,
no se resolverá de esa manera. Se resolvía en las urnas y no hacerlo, era un
error. Porque aunque los Youtubers le
hagan la competencia a los medios audiovisuales convencionales, los blogs y los
periódicos independientes onlines tengan
más seguidores que la prensa escrita convencional, y la mayoría de las
revoluciones las gesten los Millennials en Facebook, Instagram, Twitter, Flickr, Tumblr, WhatsApp, Snapchat
y YouTube (y solo menciono las más conocidos, porque la masa de App que ellos
manejan es alucinante), creando y desbaratando grandes comunidades de
afinidades, sin conocer a casi nadie personalmente, la dura realidad es que si
no salen de la secondlife a participar
activamente en la vida real, seguiremos analógicos, social, política y económicamente
hablando.
Y quien lo dude, es porque no leen las señales
de todas las elecciones que han ido sucediendo desde el 2007, en el mundo, y
las sucedidas en estos 8 años con tres elecciones a cuestas, donde nos cuentan
que los Millennials andan decidiendo la jugada. Y para que disipen la duda,
repasemos los números: en
Estados Unidos hay censados más de 83 millones de Millennnials, o sea, más de
la cuarta parte de la población, y actualmente, superan en cantidad a los Baby
Boomers (la generación antes que la mía), siendo entonces la generación más
grande del país junto a los Gen X (o sea, mi generación), y agrupados X y Y (la
mía y Millennials) formamos el grupo electoral más grande: 56%. Que fuera un
peso electoral heavy si los
Millennials se dejaran atrapar, y si hubieran salido a votar en bloque como
anunciaron en las redes sociales, que dicen los que saben, que entonces hubiera
ganado la Clinton.
Y fíjense si los
Gen Y no se dejan atrapar que, por ejemplo, mientras Obama
se mostraba con su Blackberry en la mano, conectado a tiempo completo en las redes,
lanzando su grito de guerra ¡Yes We Can!, con propuestas innovadoras anti-establishment
y subiendo las escaleras a trote como un adolescente, los Millennials le hacían
la ola y lo seguían hipnotizados suscribiéndose por montones a sus perfiles,
siendo empujados a salir de sus sofás para votar real. Cuando Obama soltó el
celular y empezó a encanecer con las manos en los bolsillos, no lo salvaron las
perretas y el pulso que echaba con los que «mecen la cuna», porque los
Millennials veían que el pulso quien lo echaba, realmente, era la Malia con sus
post rebeldes, sus camisetas con
frases que respondían a la crítica y su participación en conciertos «raros»
donde «parecía que fumaba mariguana», según enfatizaba la prensa convencional. Y
la actitud adolescente, típica (todos pasamos por ahí), chocó con la preocupación,
típica (muchos estamos ahí) del presidente por su hija, y entonces, Obama comenzó
a develarse como la Generación X que es: ¡un papá aferrado a lo clásico! Y ahí
¡¡bye bye Millennials!! y #ObamaNoEsIn.
Porque tenemos que entender que los Millennials son una generación
crítica y exigente, pero muy volátil, que tienen una relación (yo diría
bipolar) con la política-sociedad-economía formal, abierto a todo lo no
tradicional porque desconfían de ello. Por eso, su volatilidad (¿ya enfaticé
que eran volátiles?) los hacen sentirse hoy atraídos por Sanders, emigrar a
Hillary cuando dio su apoyo a Sanders, repudiar a Hillary porque escogió un
matrimonio convencional de conveniencia, amar a Hillary porque es una mujer
inteligente y profesional, repudiar a Trump por sus comentarios sexistas y
racistas, admirar a Trump por ser un empresario de éxito, escuchar a Trump
porque no es políticamente correcto, odiar a Trump porque excluye a las
minorías, y así, envueltos en la bandera progresista y liberal, desde donde
quiera que puedan conectarse virtualmente a través de su secondlife, armando revoluciones virtuales que mueven millones de
seguidores, que convierten en tendencia viral una causa que dentro de dos
semanas será obsoleta porque ellos ya están creando el próximo hashtag que
revolucionará la Red. Y aquí es donde soy yo la que hace perreta, saca su 60% analógico
y grita que necesitamos un laboratorio para lograr conciliar X y Y en una sola
cadena cromosómica eficiente que nos haga caminar hacia delante, y no como si estuviéramos
en una montaña rusa a alta velocidad donde se me acumulan las situaciones sin
soluciones y donde giro en el mismo sitio.
Y es que definitivamente, la comunicación universal
actual no es el celular como pretenden los Millennials, ni la vida real es un
batido de colores brillantes entre secondlife
y la realidad, ni los problemas se resuelven con un hashtag por muchos suscriptores
que tenga y muchas fotos y videos que cuelguen protestando. La realidad es
esta, donde hay muchos (aunque andemos hacia ser minoría) que seguimos pegados
a los valores convencionales (pudiéramos decir: «del pasado»), aunque logremos
conciliar un idealismo sesentero con un cinismo pragmático a golpe de crisis y
recesiones, donde a veces el exceso de tecnología e información nos agobia y
nos lleva a reunirnos real para un café o cervezas, y vivimos con los pies
entre los chanchullos del cibersolar, las cuentas del mes y leemos periódicos establecidos
aunque sea online, entre blog y
columnas de opinión, y tenemos televisores en nuestras salas con noticieros
parcializados, y generalmente, andamos más tiempo lejos de la comodidad de
nuestros sofás. La vida real es que cuando queremos cambiar algo, tenemos que votar
(real) en las elecciones porque un voto sí cuenta, o proponer (real) enmiendas
y leyes a través de los canales (reales) establecidos y no armar dimensiones fantásticas
virtuales llenas de activistas de campañas fabulosas y cuando la vida real nos
golpea porque no salen las cosas como queremos, entonces salir de la
virtualidad para revolucionar a protestas reales las ciudades, protestas que dentro
de dos días no serán más que otra tendencia en la secondlife con un párrafo de hashtag, sin soluciones.
Porque, al final de todo, aunque una costa sea hípster y
la otra hippie, seguimos siendo un país
capitalista, donde la Gen X manda a sus hijos Gen Y a las universidades para
que sean profesionales y tengan buenos trabajos, o creen sus propias empresas,
exitosas y prósperas, todo muy conservador. Porque al final de todo, sigue
triunfando el conservadurismo, siendo ahora más fuerte que nunca, aunque
algunos sigan diciendo que el elegido no lo representa y se crean que ¡ahora sí
vamos a cambiar! Pero realmente, no vamos a cambiar, porque el quid está en agarrar lo mejor de un lado
y de otro, y armar un producto nuevo, que revolucione las dos dimensiones: la
real y la virtual, y logre sacar, de una vez, a los Millennials de su cómoda secondlife para que participen en la
vida real con sus ideas, sus proyectos, su activismo, y sobre todo, voten real
por lo que quieren, porque un voto sí cuenta. Porque al final de todo, ¿qué
hacemos viviendo de tendencia en tendencia, de hashtag en hasgtag, armando
perreta cuando no sale lo que idealizaron en su dimensión virtual, y
revolucionando el frágil sistema mil veces zurcido y apuntalado, pero que sigue
funcionando como la vieja montaña rusa de madera? Porque al final de todo, cuando
se caiga este sistema, ¿qué es lo next, si no tenemos propuestas reales, en la
vida real? ¿Qué es realmente lo next,
en un mundo que se debate entre lo global y los muros, con docenas de ideologías
y sistemas sociales fracasados y obsoletos que insistimos en revender, donde «la
política no cabe en la azucarera», y los inmigrantes y supuestos nativos se dan
piñazos en un metro cuadrado de cemento, donde quiera? ¿Qué es lo next en un Acuaworld donde la anarquía
virtual es la Tierra Prometida completamente incomunicada con el Planeta
Tierra? ¿Qué es lo next cuando la Generación
Z (mi Carola) ya comenzó a empujar para posesionarse, con una dependencia mayor
de la tecnología y donde impera Snapchat con su sistema de borrado de mensajes
y Signal con su sistema de cifrado que no puede penetrar ni el FBI? ¿Qué es lo next? ¡¡No lo sé!! Lo que sí sé es que
urge reinventarnos o seguiremos entrando, profundo, en esta mala parodia de
Game of Thrones con Terminator, y cuando sea tarde nos daremos cuenta que se
nos olvidó cargar con el GPS analógico para encontrar la salida del laberinto,
y las actualizaciones entraron por Snapchat y se borraron, y quien único tiene
la respuesta se comunica por Signal y no podemos penetrarlo, porque convive su
eterna secondlife bajo el avatar de Anónimo,
¿y quién es Anónimo?... digo yo.
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